VALORES CÁLIDOS Y VALORES FRÍOS

En un precioso libro de conversaciones entre Claudio Magrís y Mario Vargas Llosa, La literatura es mi venganza, el escritor italiano lanza una reflexión sobre los valores cálidos, que serían aquellos que nos mueven en los entornos más próximos, y los valores fríos, que incluirían conceptos como la ciudadanía o los compatriotas y que nacen precisamente con la democracia ateniense. Esa ampliación del espacio, cuyo impacto emocional parece que no hemos llegado a superar, se ha agravado con la ciudadanía digital y las redes: de algún modo, los valores fríos destruyen o al menos minan nuestra capacidad de relación real y humana. En ese sentido, sería parecido al concepto del kilómetro sentimental, que la pandemia ha puesto a prueba: de siempre se ha dicho, en el periodismo, que cuanto más lejos el suceso, menor es la repercusión emocional. Por eso es dramático el que nos hayamos acostumbrado a las terribles cifras de muertos por COVID 19: implica un alejamiento psicológico que no hemos visto, al menos quien esto escribe.

“Esa ampliación del espacio, cuyo impacto emocional parece que no hemos llegado a superar, se ha agravado con la ciudadanía digital y las redes”.

En cualquier caso, la reflexión compete también a los equipos profesionales, que se han “enfriado” por la distancia que se pone mediante el teletrabajo. Las tan traídas y llevadas “burbujas” relacionales no son nada, en realidad, comparadas con las burbujas emocionales en las que se han encerrado, no por voluntad propia, muchas personas. Por eso una de las labores del liderazgo, pero también del seguidazgo, es precisamente “calentar” los valores que nos unen y reconstruir y solidifica las relaciones entre colegas. No solo por la productividad, sino por la simple humanidad.

Para echar una mano, primero hay que tenderla.

REPOSICIONARSE: UN RETO DE AHORA

El posicionamiento, entendido a la manera clásica, es el nicho que te deja el mercado y que hace que tu producto o servicio puedan tener rentabilidad o, aplicado a tu carrera, lo que hace que tu experiencia te convierta en un profesional más deseable. Pero también es un concepto muy estático, puesto que se define por oposición al hablar de nichos. La suerte necesita más de un arquitecto que de un apostador, por eso es importante pararse a pensar qué es lo que hace distinta y valiosa nuestra oferta y con qué medios contamos para mejorarla.

Pero también es importante “hacer”. Es como si aplicásemos una filosofía de Lean Start Up a nuestra oferta como profesionales: trabajar para encontrar el nicho, ampliar ese hueco o directamente, construirlo. El “producto mínimo viable” que preconiza esa filosofía en estos tiempos de cambio es, precisamente, el hecho de cambiar.

LA SONRISA DUCHENNE O LA AMABILIDAD COMO TERAPIA

Guillaume Duchenne (1806-1875) fue un investigador francés que da nombre a esa sonrisa que involucra el alma entera, y que se nota (aunque con entrenamiento…) en las patas de gallo: tan odiadas como estupendas. Uno puede sonreír como Joker, como un político que se molesta en hacerlo (cada vez se disimula menos, la verdad) o con una de esas que solo mueven una de las comisuras de la boca y que suelen ser más bien expresión de sarcasmo, cansancio o cinismo.

Esto se sabe desde el siglo XIX, que es cuando Duchenne deja claro que se sonríe con los ojos a base de probar con estimulaciones eléctricas. Si la sonrisa se limita a los músculos de la boca es una sonrisa social y valiosa: al menos una muestra de respeto y reconocimiento. De urbanidad, como se decía antiguamente.

Uno puede sonreír como Joker, como un político que se molesta en hacerlo o con una de esas que solo mueven una de las comisuras de la boca…

Lo repito a menudo: la mascarilla no tapa las emociones y la zona de las cejas aporta un enorme caudal de información sobre nuestro estado emocional. De hecho, han sido clave en nuestra evolución como animales sociales: mediante sus movimientos, podemos saber cuál es el estado emocional de los demás. Es cierto que la información no es completa pero sí muy importante.

Decía Dostoievski que cuando se va a un balneario no se sabe muy bien si lo que cura es tomar las aguas o los buenos modales. Si a esos les sumamos una alegría sincera por encontrarnos con otros seres humanos…